En la inmensa mayoría de las especies leñosas cultivadas, la parte aérea proporciona los frutos (variedad) y la parte baja y raíces (patrón) es la que sirve de soporte; por consiguiente, pertenecen a dos plantas diferentes unidas artificialmente mediante la técnica del injerto. En la vid, la técnica del injerto es mucho más reciente que en otras plantas, porque si no hubiese sido por la aparición de la filoxera hace más de un siglo, como mejor vegetaría y se multiplicaría sería sobre sus propias raíces, ya que este insecto existente en el suelo y procedente de América del Norte, destruye el sistema radicular de las variedades de vid europeas (Vitis vinífera). La filoxera apareció primero en Inglaterra, confirmándose en Francia en el año 1868. En pocos años arrasaría el rico viñedo francés. A Francia siguió en orden cronológico Portugal y en 1878 fue descubierta en los viñedos de Málaga. En los años siguientes fue señalada su presencia en Cataluña y Valencia. La invasión filoxérica en España prosiguió en forma concéntrica y centrípeta, comenzando por las zonas costera y avanzando con desigual rapidez hacia las comarcas del interior. La filoxera produjo una profunda transformación en la viticultura. Ahora no basta con enterrar un sarmiento, que llamamos “del país” y que a los dos años daba fruto. Para hacer frente a esta invasión y reconstituir los viñedos no hubo mas remedio que recurrir al empleo de patrones adaptables a los diferentes suelos y climas y que tuvieran buena afinidad con las viníferas. En principio se emplearon especies americanas puras, Vitis Riparia y Vitis Rupestris que no tuvieron buena adaptación. Posteriormente se utilizó la Vitis Berliandieri, que mediante cruzamientos con las dos primeras y a veces con Vitis Viníferas, permitió obtener la mayoría de los portainjertos actualmente empleados.